Un toque suave al acelerador hacía que se clavara su espalda y cabeza al respaldo del asiento mientras sus muslos desnudos apretaban sus manos.
Al aminorar, se ahuecaba el pelo y secaba las comisuras de los labios con el índice.
¡Cuanto disfrutaba con aquel SLK! Ella lo sabía y por eso solía lanzarme las llaves con ese guiño tan característico como sólo ella sabía hacerlo.
Al llegar a su chalé y antes de que terminara de cerrarse la puerta del garaje, los respaldos empezaron a bajarse. Al mirarla, ella ya solo tenía puesto el sujetador de La Perla color vino, que su marido le regaló hace unos días por su aniversario de boda.
Debió utilizar alguna de sus técnicas aprendidas de Aikido, porque solo vi como tenía la intención de abrazarme y en un segundo me encontré sobre ella. Sus manos tardaron aún menos en soltarme el cinturón y mientras me hacía un masaje de encías con su lengua, me di cuenta que ya tenía los pantalones a la altura de los gemelos y el bóxer por las rodillas.
Cuando me abrazó con sus largas piernas, mi pene resbalaba en la entrada de su vagina y lo guio para que le penetrara, mientras con la otra mano ponía freno a mi cadera. Un centimetro... dos...; no permitió que entrara más de tres. No se cuanto tiempo estuvimos así, besándonos, mordiéndonos como posesos.
Mis espasmos me obligaban a salir y ella me apretaba los glúteos para evitarlo, pero esta vez era yo quien no quería penetrar hasta el fondo; lo que hizo que sus uñas se clavaran en mi espalda y nalgas, y sus dientes en mi hombro.
Cuando me abrazó con sus largas piernas, mi pene resbalaba en la entrada de su vagina y lo guio para que le penetrara, mientras con la otra mano ponía freno a mi cadera. Un centimetro... dos...; no permitió que entrara más de tres. No se cuanto tiempo estuvimos así, besándonos, mordiéndonos como posesos.
Mis espasmos me obligaban a salir y ella me apretaba los glúteos para evitarlo, pero esta vez era yo quien no quería penetrar hasta el fondo; lo que hizo que sus uñas se clavaran en mi espalda y nalgas, y sus dientes en mi hombro.
El sonido inconfundible de la Ecosse Titanium de su marido, nos dejó jadeando y sudando cada uno en su asiento. Los respaldos subían. Ella miraba al techo del garaje y tragaba saliva a duras penas.
- No vuelvas a dejarme así. -sonrió-. Entremos. Ve a saludarle y después llévate el coche.
Me besó con un mordisquito en el labio cargadito de maldad.
Click
ResponderEliminarEleonora
P.D. Feliz Navidad, Mae. Me sumo a tus buenos deseos para las demás comentaristas. Gracias :)))