Que fría la arena bajo mis pies y que largo el sendero de las huellas de las gaviotas. El viento es frío en la orilla y cierro los ojos para concentrarme más en el olor a salitre.
En la orilla están los regalos de la marea: pedacitos de ramas los más.
A mi lado y corriendo hacia el mar, un bañista con corazón de 40 años y piel de 85 enrojecida por el frío, me dice algo que no entiendo levantando la mano, y yo le correspondo con el mismo gesto y una sonrisa.
Se encienden los focos y producen sombras en la arena que no me gustan.
A los lejos en altamar, resplandecen los relampagos, noto una gota en la cabeza, dos, tres y la arena se va llenando de lunares.
Qué bonita La Concha cuando está sola.
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