domingo, 21 de octubre de 2012

El culo


Ya no aguantaba más y tenía que hablar con Txomin. Desde que le extraje una pajita de la planta del pie, somos carne y uña y hace de eso, más de doce años.

-¿Que desea tomar?- Me preguntó el barman mientras sacaba brillo a un vaso.

-Una caña tostada por favor.- Contesté.

Un manotazo en el hombro delató la llegada de Txomin.

-Txomin, ¿cómo estás?- le dije mientras le ofrecía la mano.

-Bien Iker, venga cuenta, que tengo poco tiempo hoy. Rosa quiere arreglar hoy lo de las lista de invitados de la boda.

-De acuerdo- y después de decirle al camarero que sirviera otra caña tostada más, me confesé con él.

-Verás Txomin, no me voy a andar con rodeos. No quiero trabajar más enseñando el culo. Lo he estado pensando, estudiando los pros y los contras y no aguanto más.

-Pero... ¿qué dices? ¿estás loco? Piensa en el dinero. Te reporta muchos beneficios. ¿Lo has hablado con...

-No Iker- le corté. Además creo que lo sabe. Hasta creo que todo el mundo lo sabe. Es horrible esta situación.

-Pero todos en la cuadrilla sabemos a lo que te dedicas y eso es normal.- Y apoyando una mano en mi hombro, continuó: -Tienes que hacerte a la idea.

-Pero, Iker, es mi culo. -puse énfasis al decir mi-, y no quiero seguir haciendo eso.

-Pero "eso" como tu dices te hace pagar las facturas y te da de comer. -me dijo Iker esta vez muy serio.

Yo deseaba terminar la conversación porque no me gustaba el cariz que estaba tomando.

-Mira -le dije- seguiré con eso hasta que encuentre otro trabajo en el que tenga que estar sentado. Estoy harto ya de la fontanería; aparte de enseñar la rajita del culo cuando estoy agachado, me empiezo a resentir de los lumbares.

-Me parece bien -sonrió- y pásate por la casa nueva antes que la habitemos, para instalar el jacuzzi.

- ¡Qué joio! . Bueno me voy que quiero comprarme un San Pancracio.

- ¿Que dices? pero ¡si eso está más visto que el culo de un fontanero!. Uy perdón.


viernes, 19 de octubre de 2012

Casi



Él tenía la mirada perdida mientras caminaba saliendo del salón.

-¡Bob! ¿Qué has hecho?- le pregunté.

No obtuve respuesta. Le conocía desde hacía veintidós años, dieciocho de casados, y nunca le había visto así. Le notaba distinto.

-¡Bob! debes llamar a la policía- le ordené mientras miraba el cuchillo ensangrentado que apretaba temblorosamente con su mano derecha.

-¡Bob! ¿Me oyes? ¡Bob!

Era inútil. No me oía y  tampoco yo podía moverme. Estaba petrificada. Él no era el mismo de siempre. Nuestra relación no funcionaba bien desde hacía casi un año y habíamos empezado a odiarnos... a no soportarnos... sus maltratos fueron en aumento...y mis visitas a urgencias también; pero ahora al verle, es como si yo hubiera olvidado todo eso. Incluso me encontraba bien; era extraño.

En medio del salón detrás del sofá y sobre un charco de sangre sobresalían unos pies desnudos. Uno de ellos tenía espasmos cada cinco segundos.

-¡Bob! pero... ¿que has hecho? ¡Hay que llamar a una ambulancia!- le gritaba tanto que me ardía la garganta.

Bob no me escuchaba, se estaba colocando en el cuello una soga que había atado a la lámpara de araña, por cierto, regalo de bodas de mi suegra. De repente se oscureció la estancia y no veía nada. Parecía un apagón eléctrico.

Al cabo de un rato alguien me llamaba.

-Señora Tundall. Señora Tundall- la voz sonaba lejana.

-¡Señora Tundall! ¡Regrese señora Tundall!- esta vez la oí al lado de mi oído y abrí los ojos.

-Señora Tundall, ya ha pasado todo. Está usted fuera de peligro- me dijo aquel chico arrodillado junto a mí.  -Hemos controlado la hemorragia y está usted a salvo-.

-Su marido ya no volverá a hacerle daño- me decía otro chico que no cesaba de hablarme. Me encontraba algo mareada y no podía prestarle atención. Giré la cabeza despacio y pude ver varias personas en el salón, policías de uniforme... Estaba tomando consciencia de lo que me había pasado y volví a mirar al chico que me hablaba.

-... ¿lo hará, señora Tundall?-

Asentí con la cabeza mientras me colocaban una mascarilla y me introducían en una ambulancia.

Una palabra me martilleaba la cabeza: Casi.


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